Читать книгу 100 Clásicos de la Literatura онлайн

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La miró, especialmente, cuando oyó entonar, con débil voz, un himno que Emil conocía desde muchacho. Pese a que las preocupaciones le embargaban, Emil hizo coro a la joven, cantando aquella bonita canción-plegaria.

Emil recordaba a Jo y sus últimos consejos, y se dijo: «Pase lo que pase, aunque ellos no tengan que verme nunca más ni lleguen a enterarse de esto, quiero que puedan estar orgullosos de mí».

Después de aquel esfuerzo, quedaron medio amodorrados por el calor. De repente, un grito los despertó a todos.

―¡Llueve! ¡Llueve! ¡Está lloviendo!

Efectivamente. Con timidez al principio, con mucha mayor intensidad después, gruesas gotas fueron cayendo del cielo.

Recibieron la lluvia con alegría, con exclamaciones de gozo. Se sentían felices al notar que se empapaban los vestidos, mojándose el rostro, calándose…

Emil venció la tentación de dejarse llevar por la alegría y dispuso las cosas para aprovechar aquel feliz acontecimiento.

―¡Extended las lonas haciendo bolsas! Hay que recoger todo el agua que sea posible.


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