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Un rápido recuento de las provisiones vino a demostrar que éstas no iban a escasear en un plazo prudencial de tiempo. En cambio, el agua había sido almacenada en escasa cantidad y de la existente debía gastarse una buena parte para lavar las heridas del capitán.
Emil se hizo cargo de la situación, y dictó las órdenes oportunas para un severo racionamiento. Aunque estaban dentro de las líneas más frecuentadas y era de esperar, por tanto, una rápida ayuda, había que prevenirse por si la estancia en el mar, dejados a sus escasos recursos, se prolongaba excesivamente.
―Los efectos de la herida tienen amodorrado a su esposo. Pero no creo que sean graves ―afirmó Emil a la señora Hardy para animarla.
―Tiene mucha fiebre y con este sol…
―Manténganle siempre fría la cabeza con trapos empapados. Humedézcale los labios con frecuencia porque la fiebre le seca la boca.
―Tenemos poca agua, señor Hoffmann, y si se emplea para eso… ―protestó un marinero.
Emil le miró fijamente hasta hacerle bajar la vista avergonzado. Luego le contestó: