Читать книгу 100 Clásicos de la Literatura онлайн
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―Gracias a la amabilidad del señor Hoffmann has realizado algún ejercicio. Realmente le estoy muy agradecida, porque esta vida tan sedentaria no es apropiada para una joven. Y sin otros pasajeros en el barco, si no fuera por su constante humor y alegría, habría sido un viaje muy tedioso para nosotras.
―Ya que mamá le está ensalzando sin reservas, ¿por qué no nos canta usted alguna de sus canciones marineras? A esta hora del día es cuando mejor suena una canción melancólica. ¿No le parece?
Los dos jóvenes miraron a su alrededor. El sol se ocultaba en el horizonte, tiñendo de arrebol unas nubes algodonosas. El mar estaba en calma y sonaba dulcemente la canción del agua al ser cortada por la proa del barco.
Emil no sabía negar nada a María, de la que sólo se separaba cuando tenía una misión que cumplir por exigencias de su cargo.
De modo que, una vez más, se dispuso a complacerla. Con dulce y a la vez varonil voz entonó una canción que era una alabanza a la vida del marino y un triste recuerdo a la amada lejana.