Читать книгу 100 Clásicos de la Literatura онлайн
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―No me cansaría oírle cantar. Parece realmente que vive usted cuanto dice la canción ―suspiró la joven, ganada por la habilidad y arte de Emil.
―A mí también me gusta muchísimo ―añadió la madre.
De pronto, la señora Hardy se interrumpió. Miró con cierta preocupación hacia una de las escotillas, por donde salía un hilillo de humo.
―¿Qué es eso? Es humo, ¿verdad?
Emil miró al instante. Sí, era humo, no cabía duda. Por un segundo estuvo tentado de dar la alarma, pero se contuvo. No quería sembrar el pánico en aquellas dos mujeres.
―Voy a ver. Alguien debe estar fu~ mando, y no está permitido.
Con sólo acercarse a la escotilla pudo darse cuenta de que en la bodega se había declarado un incendio. Existía el problema de que si abría la escotilla se produciría un tiraje para aquella combustión amortiguada, que degeneraría en un rápido incendio. Por otra parte, no se podía navegar con fuego a bordo durante el tiempo que les faltaba para llegar a tierra.
En un instante Emil avisó al capitán y, a sus órdenes, dispuso las medidas necesarias para cortar el incendio. Vano intento. La mercancía que el Brenda transportaba era altamente combustible, y, pese a las enormes cantidades de agua que fue lanzada al interior de la bodega, el fuego aumentaba en lugar de decrecer.