Читать книгу 100 Clásicos de la Literatura онлайн
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En menos de una hora se hizo patente de que el siniestro acabaría con el hermoso barco. Las llamas crecían por momentos desbordando los medios de que disponía para atajarlas, y se propagaban hacia partes vitales del barco.
Luchando valerosamente contra el fuego el capitán tuvo que dar una orden muy dolorosa para él:
―¡Arriad todos los botes!
Pese a la magnitud del siniestro y a su espectacular ―desarrollo, el abandono del barco se hizo en forma ordenada y tranquila.
El capitán Hardy se mantuvo en su puesto hasta el último momento, asistido por Emil, que no se movió de su lado desde un principio.
―Todos los botes han sido arriados, capitán.
―Ordene que se alejen del barco y que se mantengan agrupados.
―Tienen ya la orden, capitán.
―Las mujeres, ¿están acomodadas?
―Lo están, señor. Pero su bote no se aleja.
―¿A qué esperan?
―A que usted decida abandonar el barco también.
El capitán miró tristemente su barco, iluminado por el pavoroso incendio. Su rostro curtido reflejaba la emoción que aquella pérdida le causaba y, en cambio, no tenía ni una queja por el dolor que le producían unas intensas heridas recibidas en sus trabajos de extinción.