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LA ACCIÓN DE GRACIAS
El Brenda navegaba con todas las velas desplegadas al viento. De persistir aquel viento favorable pronto rendiría viaje tras largo tiempo de navegación.
Eso comentaban precisamente, tomando el sol en cubierta, la esposa y la hija del capitán, y el segundo piloto, Hoffmann.
―Si el tiempo no cambia, unas semanas más y podremos servirles el mejor té del mundo.
―Que tomaré muy a gusto, por diversos motivos. Por el té en sí y para poner pie en tierra firme. Después de tanto tiempo en el mar, por mucho que queramos al barco, es lógico que ansiemos dejarlo ―contestó la esposa del capitán.
―Creo que ya tengo los zapatos destrozados de pasear por la cubierta ―añadió su hija―. En cuanto desembarquemos tengo que adquirir otros.
―Yo la acompañaré, si me lo permite ―se ofreció Emil, añadiendo con galantería de marino―: Aunque dudo que en China, tierra de mujeres de pies menudos, encontremos zapatos tan pequeños como los que usted necesita.
La madre sonrió al oír el piropo de aquel agradable joven a su hija María.