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No necesitó mucho tiempo Dan para advertir que había dos jugadores confabulados en desposeer a aquel muchacho, que dijo llamarse Blair y que le recordaba vagamente a Teddy.
Blair no hizo ningún caso a su advertencia, formulada disimuladamente. No sólo siguió jugando, sino que en uno de los transbordos, que debían efectuar para enlazar al otro día con un tren distinto, Blair desapareció. Después de buscarle un buen rato, llamándose mentalmente tonto por preocuparse así de un extraño, Dan le encontró en un garito. Jugaba a las cartas con aquellos ventajistas.
Como si fuera un hermano menor, Dan pretendió llevárselo.
―No puedo ir con usted ―contestó el joven, apuradísimo―. He perdido casi todo el dinero que no me pertenecía. ¿Cómo podría presentarme ante los míos?
Con la esperanza de recuperar lo perdido, Blair deseaba seguir jugando, en vista de lo cual Dan se situó a su espalda, con objeto de evitar le siguieran haciendo trampas.
La seguridad de Dan atemorizó un poco a aquellos dos individuos. Para disimular siguieron jugando, pero limpiamente. Blair ganó entonces alguna mano lo cual le entusiasmó.