Читать книгу 100 Clásicos de la Literatura онлайн
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―Estoy realmente como un sultán. Bellas mujeres que me atienden y magníficos payasos que me divierten ―decía Dan, con buen humor.
Daisy preparaba la comida, Nan comprobaba los medicamentos, Jossie leía y recitaba para evitar su aburrimiento y Bess le distraía con sus libros, ilustrados con láminas de arte, e incluso trayendo la cabeza de búfalo para modelarla en presencia del convaleciente.
Dan llamaba a Jossie «Madrecita», pero para Bess siempre mantuvo el apodo de «Princesita». Su proceder con ambas era muy distinto.
Mientras Jossie le impacientaba y aturdía con frecuencia con su alborotado proceder, aceptaba y toleraba todo cuanto venía de Bess.
También las tres hermanas le atendían tanto como podían. Pero Meg estaba muy atareada en casa, Amy estaba enfrascada preparando una excursión a Europa para la próxima primavera y Jo estaba absorbida en su novela, muy retrasada ya.
Jo escribía en la habitación vecina de la ocupada por Dan, a quien podía ver con sólo levantar la cabeza.
La cortina existente entre ambas habitaciones, generalmente, estaba descorrida, y permitía ver al grupo de enfermo y acompañantes. A un lado, Bess con su blusón gris de escultora modelaba afanosamente.