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Al otro, Jossie con el libro. Entre ambas, Dan, tumbado en el diván entre un sinfín de almohadones.

Jo observó al trío, con curiosidad primero, con auténtico interés después.

Porque en la mirada de Dan observó algo inquietante. Podía notar que no estaba atento a la lectura de Jossie. Sus ojos estaban fijos en Bess y sólo los apartaba cuando ella levantaba casualmente la mirada. En ocasiones eran dulces y pensativos. En algún momento, ardientes y suplicantes. Pero luego su mirada volvía a ser triste, sombría, desesperada, como la del que contempla una felicidad que le está prohibida.

Alguien llamó a Jossie, que se excusó antes de salir.

Bess se ofreció a reemplazarla.

―Gracias, Bess. Me gustará que continúes. Comprendo que soy muy exigente con vosotras.

―Nada de eso, Dan. Es natural. Te ves obligado a quedarte en casa cuando siempre has estado libre y suelto…

Aquellas palabras fueron como un golpe para él. Habían sido dichas con toda inocencia, pero trajeron a su memoria algo que quería olvidar.

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