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Así lo comprendió Dan, que se abandonó a aquella caricia maternal, sediento de afecto y comprensión.

Aquella confesión, aquella humillación ante la persona más querida, y aquel suave abandono al afecto que se le mantenía pese a todo, doblegaron su orgullo produciéndole una sensación de alivio que nunca soñó poder experimentar.

―¡Pobre hijo mío! ¡Cuánto habrás sufrido durante este año! Te creíamos libre como el viento y… Pero, Dan, ¿por qué no lo dijiste? ¿Acaso dudabas de nosotros? Te hubiéramos ayudado.

―Estaba avergonzado. Me dolía causarle una decepción que ahora procura disimular. Pero no le importe demostrármelo. Es natural y tengo que acostumbrarme a soportarlo como pena merecida.

―Es verdad que me apena tu culpa, pero me alegra tu arrepentimiento. Nadie más que mi esposo y Laurie sabrán la verdad. A ellos se la debemos, pero sabes bien que opinarán como yo.

―Sí, deben saber, aunque seguramente ellos no me perdonarán como usted. Cuéntelo en mi nombre. Pero me gustaría que ni Ted ni… las chicas llegasen a enterarse.

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