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Dan se sometió de buen grado, con alegría, a aquella dulce disciplina. Con mucho esfuerzo llegó hasta la habitación que ya tenía preparada, y se dejó caer en una especie de silla camilla, dichoso de estar en aquella casa. Jo le dio el alimento casi en silencio. Luego quedó a su lado hasta que Dan, quebrantado por el largo viaje, se durmió plácidamente.

―¿Qué te ha parecido, Jo? ―Preguntó Laurie.

―Es terrible lo que ha pasado.

―Así debe ser. Y eso que tú juzgas solamente por el aspecto. Pero hay otras cosas que me hacen pensar mucho en él.

―¿Cuáles son? ―preguntó Jo con interés.

―Quisiera equivocarme. Pero creo que Dan ha cometido un crimen y ha sufrido las consecuencias. Cuando llegamos, deliraba. Hablaba en alta voz de un juicio, del carcelero, de un hombre muerto y de unos hombres llamados Blair y Mason. De vez en cuando, sin reconocerme todavía, me alargaba la mano preguntándome si yo querría perdonarle. En una ocasión deliraba con gran excitación. Estaba frenético, casi violento. Para calmarle, le puse las manos sobre los hombros y ¿sabes cómo reaccionó?

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