Читать книгу 100 Clásicos de la Literatura онлайн

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Y en los tristes ojos de Dan había una súplica humilde, que conmovió a Jo.

―Será como tú deseas. No te preocupes.

Dan deseaba aclarar un punto muy importante.

―No se trataba de un asesinato, fíjese usted. Fue en defensa propia. El tiró y yo le contesté obligado. Pero no tenía intención de matarle. Sin embargo, estoy tan apenado como si lo hubiese deseado realmente. Yo ya he cumplido mi penitencia y creo que es mejor que aquel infame haya abandonado este mundo.

―¡Por Dios, Dan, no hables así!

―¿Por qué no? Desprecio a los bribones. Me gustaría que desaparecieran todos. Yo no lo hice a propósito, pero tampoco lamento que ya no exista. Aunque mejor habría sido que me hubiese matado él… De todas formas mi vida ya está arruinada…

Jo comprendió que la sombra de la cárcel pasaba por el recuerdo de Dan. El muchacho había pasado por la prueba del fuego que le purificó, pero a costa de dejar una marca indeleble en su memoria, que se le aparecería a cada momento importante de su vida.

―¿Arruinada dices? ¡Nada de eso! A causa de todo lo que has pasado, has aprendido a apreciar más la vida. Ha sido un año mucho más provechoso de lo que tú crees. Ahora estás en situación de comenzar de nuevo y todos te ayudaremos porque ahora tenemos más confianza en ti que nunca tuvimos.

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