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Aquella carta despertó la fantasía de Jo. ¿Qué podía haberle ocurrido a Dan? ¿Qué podía haber en su pasado?

Redactó una carta invitándole a pasar una temporada en casa y puso más cuidado en ella que en escribir un artículo para uno de sus libros.

Aquella carta no la leyó más que Dan y consiguió el efecto deseado.

Cierto día de noviembre un coche se detuvo ante la puerta de Plumfield. Descendió Laurie y ayudó a apearse a un hombre que apenas podía tenerse en pie: era Dan. Teddy cuidó del equipaje y los tres entraron en la casa, donde fueron recibidos por los Bhaer con grandes demostraciones de afecto.

A Jo se le oprimió el corazón al mirar a Dan aunque lo disimuló admirablemente.

Aquel muchacho fornido, de ágiles y felinos movimientos, de enérgicos y poderosos ademanes presentaba un aspecto desastroso. Con los ojos hundidos, la cara pálida y demacrada, esquelético el cuerpo, precisaba de ayuda para poder avanzar paso a paso, como si cada uno que daba le costase un sufrimiento.

―Quede bien claro que ahora mando yo en el enfermo ―dijo Jo con una seriedad que trataba de ocultar su pena―. Y ordeno que se retire ahora mismo a descansar.

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