Читать книгу 100 Clásicos de la Literatura онлайн
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―No, ni uno ni otro. A los demás no puedo retenerlos, pero a los míos sí. En cuanto os separaseis de mí, desastre seguro. Llevamos un año muy movido: bodas, naufragios, inundaciones, compromisos matrimoniales…
Laurie rio.
―Es la ley de la vida, mi querida amiga. Todo se mueve, todo evoluciona. Hoy retienes a tus hijos, más adelante no podrás hacerlo. Y cuando sean ellos los que echen a volar, nos tendremos que consolar mutuamente, ¿no es cierto?
―Ahora quien me inquieta es Dan.
―Pronto tendremos noticias por John. En cuanto las tengamos, saldré inmediatamente.
Las noticias llegaron y confirmaron lo que decían los periódicos.
Laurie marchó sin perder un minuto. Teddy le acompañó hasta la ciudad y estuvo ausente todo el día. Pero Jo no se inquietó.
―Está enfadado porque no le he dejado ir. Esta noche volverá con John y Tom, más manso que un cordero. Le conozco bien.
Pero en eso se equivocaba Jo. Porque al llegar la noche, ni había aparecido Ted, ni nadie sabía nada de él. Empezaba a cundir la alarma, cuando llegó un telegrama de Laurie, puesto en una estación de su itinerario. Decía: