Читать книгу 100 Clásicos de la Literatura онлайн
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―¿Te refieres a Bess? Era lo más prudente, me parece.
Jo asintió con el gesto, y suspiró.
―Sí, Amy. Probablemente tienes razón. Pero pienso en lo que habría dado él para poder verla por última vez…
En aquel momento entró Laurie y su presencia tuvo la virtud de deshacer aquel ambiente triste y melancólico. Como siempre, Laurie tenía la obsesión de los cuadros vivientes. Abrió solemnemente la puerta del salón y exclamó con viveza:
―Mirad; un nuevo cuadro. Yo lo titularía «Sólo un violín», de Anderson.
En efecto, a través del marco de la puerta podía verse a un joven, radiante de dicha y placer, asediado y saludado.
Daisy perdió por un momento su habitual aplomo y corrió a su encuentro sollozando de alegría. Sin darse cuenta siquiera los dos jóvenes se encontraron fundidos en un abrazo.
También Meg abrazó a Nath. Aquello fue la señal para que lo hicieron John y Jossie, que por el gesto de su madre veían al triunfador violinista como a un nuevo hermano.
Jossie le saludó teatralmente.
―Fuiste un modesto gorrión. Eres segundo violinista. ¡Y serás el primero!