Читать книгу 100 Clásicos de la Literatura онлайн

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Dan se alarmó. Súbitamente interesado preguntó:

―¿Qué es lo que oíste?

―Nombraste a Blair y a Mason…; dijiste que uno había caído…, que otro echó a correr…

―No deseo hablar de eso, Ted.

―¡Hazlo, Dan, cuéntamelo! ¿No somos amigos? Demuéstramelo con eso. ¡Debió de ser algo apasionante!

―No fue nada de lo que pueda estar orgulloso.

―¡Oh sí, seguro! De otra manera no lo hubieras hecho.

El muchacho le acosaba, cada vez más interesado. Dan llegó a pensar que bien podía decírselo, pero…

―No quisiera que Jossie… o Bess… se enterasen.

―Cuenta conmigo, Dan. Será nuestro secreto.

Dan llegó a la conclusión de que sería mejor contarle un conjunto de medias verdades, convenientemente disfrazadas. Así colmaría su ansia de saberlo todo.

―La de cosas que habrás imaginado, Teddy. Y es que cuando se oye alguna palabra suelta, uno fuerza la imaginación. Total: salen verdaderas novelas.

―¿Me lo vas a contar?

―Verás: Blair era un chico con el que hice cierta amistad durante el viaje a Kansas. Mason era un individuo que estaba en… en una especie de hospital de altas paredes…, en el que estuve en cierta ocasión. Blair se fue con sus hermanos y Mason murió allá. Eso es todo.

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