Читать книгу 100 Clásicos de la Literatura онлайн
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Aquella brusca despedida, aquel desgarrador «adiós» asustaron un poco a Bess. Su instinto de mujer le hizo comprender que algo había en todo aquello, desconocido para ella hasta el momento.
Quedó mirando la puerta por la que había marchado Dan, con las mejillas encendidas por el rubor.
Jo intervino:
―Debes comprender que todo lo que ha pasado le ha vuelto más sensible a las emociones. Le ha enternecido separarse de una persona querida, como le dolería separarse de cualquiera de los que nos quedamos aquí con él.
―Comprendo. Los efectos de la caída y de la enfermedad…
―No se trata de eso, Bess. Debe bastarte saber que ha tenido que soportar algo muy triste para él. Pero podemos y debemos estar orgullosas de nuestro Dan. Ha sido tan valiente y firme en lo espiritual como lo fue al salvar aquellos mineros con peligro de su vida.
―¡Pobre Dan! Supongo que habrá perdido a alguna persona muy querida. Tenemos que ser siempre muy cariñosas con él.
Jo dejó que Bess creyera eso. Sin embargo, la verdad no era muy distinta, porque Dan perdía a una persona querida, la más querida por él, al alejarse de aquella muchacha de cabellos rubios y sentimientos delicados.