Читать книгу 100 Clásicos de la Literatura онлайн

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―Lo sé muy bien, y estoy de acuerdo con usted y con ellos. Nadie la merece.

―Llévala como guía en tu vida. Que sea como una estrella que te oriente en los momentos difíciles para saber ir siempre por el buen camino.

Tía Jo no pudo continuar. Las lágrimas que ella pugnaba por contener afloraron a sus ojos y corrieron libremente por sus mejillas.

Dan se sintió aliviado al ver compartida su pena. Poco después se repuso de la emoción e incluso trató de restar importancia a todo para consolar a Jo.

Era un auténtico hombre. Un carácter noble, curtido por la adversidad. Todavía hablaron largo rato bajo la luz crepuscular. Aquel secreto que compartían, aquella conversación clara y sincera, les unió mucho más de lo que siempre habían estado.

Cuando terminaron, la larga y fría noche invernal estaba ya muy avanzada.

Jo se acercó a la ventana. Antes de bajar la cortina dijo alegremente a Dan:

―Ya que te gusta tanto el lucero de la tarde, míralo. Hoy parece que luce con mayor esplendor que nunca.

Luego le tomó la mano con ternura.

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