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―Sí, lo era.

―Supongo que luego estarías una temporada encerrado.

―Bastante larga.

―Pero luego saliste y como primera providencia vas y salvas la vida a veinte mineros. ¡Todo es interesantísimo! Pero no te preocupes, a nadie lo contaré.

―¡Pobre de ti si lo hicieras!

Hubo un momento de silencio, ya saciada la curiosidad del turbulento chico.

―Escucha, Ted. ¿Sentirías haber matado a un hombre? Un facineroso, por supuesto.

―No, si era cumpliendo un deber. En la guerra, por ejemplo, o en defensa propia…, pero si fuera en un arrebato de ira, supongo que luego lo sentiría mucho. Tu caso fue una lucha noble, ¿verdad?

―La razón estaba de mi parte. Sin embargo, hubiera preferido no haber vivido esta experiencia.

―Creo que lo comprendo. Pero no temas, a nadie lo diré. Especialmente a las mujeres. Ellas no comprenderían ni aprobarían nunca una cosa así.

Pasaron varias semanas, lentas y tranquilas. Dan se impacientaba al no recibir las credenciales que le permitirían actuar como representante o agente de los indios de Montana.

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