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Cuando por fin recibió la noticia de que le habían sido concedidas, insistió en partir inmediatamente. Tenía interés en alejarse pronto y enfrascarse en su misión, altruista y humanitaria, para ver si en ella encontraba sino el olvido, por lo menos el consuelo.

En una desapacible mañana del mes de marzo partió Dan. Montado en su yegua Octto y seguido por el perrazo Don, el caballero Sintram volvió a enfrentarse con sus enemigos. Unos enemigos que le hubieran vencido sin la ayuda de Dios y la de unos auténticos amigos.

Pocos días después conversaban Amy y Jo.

―Son tantas las despedidas que he tenido que soportar que pienso si la vida no será sólo eso: una eterna despedida. Lo malo es que a medida que pasa el tiempo soporto peor las separaciones.

―La vida ofrece sus compensaciones, Jo. Incluso a eso.

―¿A qué te refieres?

―Hemos despedido ahora a Dan ―dijo Amy―, pero Nath está a punto de llegar.

―Tal vez tengas razón. Sólo pienso en la despedida de Dan porque es la primera a la cual ha faltado alguno de nosotros, pudiendo estar presente.

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