Читать книгу 100 Clásicos de la Literatura онлайн
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―¡Válgame el cielo! ¿Otra vez?
―No me refiero a lo de las granjas de Kansas, ni a lo de los indios de Montana. No me importan tus anteriores aventuras en Australia. Lo que deseo que me cuentes son tus aventuras desde que te fuiste de aquí el año pasado.
―¡Oh, aquello no puede interesar a nadie! No hice apenas nada…
―¿Por qué?
―Tenía otras cosas que hacer.
―¿Cuáles?
―Escobas. ¿Te parece bien?
―Por favor, Dan, no estoy bromeando.
―Ni yo tampoco, Teddy. No podría hacerlo con eso. Sólo que tú me preguntaste, y yo contesto.
―¿Para qué hiciste escobas? ―siguió preguntando el muchacho, decidido a llegar al final por el camino que fuese.
―Para no hacer cosas mucho peores.
―Mira, Dan. Pareces olvidar que durante tu enfermedad te velé y cuidé…
―No lo olvido, Teddy, y te lo agradeceré siempre. Sin embargo, no debieras echármelo en cara. Las cosas se hacen o no se hacen.
―¡Oh, no me interpretes mal! Quiero decir que como te velé, tuve ocasión de oír algunas palabras tuyas, dichas a causa de la fiebre.