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Era la una de la madrugada. Nikolai Evrafych sabía que su esposa tardaría en volver a casa, si acaso llegaría a las cinco, no antes. No confiaba en ella. Cuando se demoraba, él no dormía, se desesperaba y sentía desprecio por ella, por su cama, el espejo, la bombonera y los lirios y los jacintos que alguien le enviaba todos los días y que impregnaban la casa del empalagoso aroma de una floristería. Esas noches se mostraba ruin, veleidoso, irritable. Ahora sentía que necesitaba imperiosamente el telegrama enviado por su hermano el día anterior, aunque sólo contenía felicitaciones y saludos.

En la habitación de su mujer, bajo la caja de papel para escribir, halló un telegrama y le echó un vistazo. Tenía la dirección de su suegra, para entregar a Olga Dmitrievna, provenía de Montecarlo y lo firmaba "Michel". El cirujano no comprendió nada del texto porque estaba en un idioma extranjero, inglés, al parecer.

—¿Quién es el tal Michel? ¿Por qué de Montecarlo? ¿Por qué a nombre de mi suegra?

Durante los siete años de su matrimonio se había acostumbrado a sospechar, a adivinar, a buscar pruebas, y nunca se había puesto a pensar que por esa práctica doméstica podría ahora parecer un detective experimentado. Cuando entró en la antesala y se puso a meditar, recordó de inmediato que hada año y medio, en compañía de su mujer en Petersburgo, habían comido en Kyuba con un compañero suyo de la escuela, ingeniero de caminos, canales y puertos, y que éste les había presentado a un joven de unos ventidós o veintitrés años llamado Mihail Ivanych, con un apellido corto y un tanto singular: Ris. Dos meses más tarde el médico vio en el álbum de su mujer una fotografía de este joven con la siguiente dedicatoria en francés: "En recuerdo del presente y como esperanza para el porvenir". Después, en casa de su suegra, tropezó con este mismo joven un par de veces... Y, en concreto, cuando a su mujer le había dado por salir con frecuencia y regresar a casa a las cuatro o cinco de la mañana, y cuando insistía en pedirle un pasaporte para el extranjero, a lo que él se rehusaba, por lo que en la casa se armaba una disputa que duraba varios días y que avergonzaba hasta a la servidumbre.

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