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A las cinco de la mañana disminuyó su tensión. Entonces se culpó a sí mismo de todo lo sucedido. Intuyó que si Olga Dmitrievna se casaba con otro capaz de ejercer buen influjo sobre ella... tal vez llegaría por fin a ser buena y honrada. En todo caso, él no era buen psicólogo y desconocía el alma femenina. Por si fuera poco, era simple, poco interesante...
"Mi vida se apaga —reflexionaba—; soy un cadáver y no debo estorbar a los vivos. Ea realidad, dadas las circunstancias, sería una insensatez insistir en mis supuestos derechos. Aclararemos las cosas; que vaya a reunirse con su amante... Le daré el divorcio y me declararé culpable..."
Finalmente llegó Olga Dmitrievna y, tal como estaba, con capa blanca, gorro de piel y chanclos, entró en la antesala y se tendió en un sillón.
—¡Qué odioso, ese gordo! —exclamó, con la respiración agitada y entre sollozos—. Es deshonesto, hasta repugnante —dio una patada en el suelo—. No es posible, no es posible.
—¿Qué ocurrió? —preguntó Nikolai Evrafych al mismo tiempo que se le acercaba.