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La tregua se renovó hasta 1224, cuando fue anulada por el rey Fernando III. Se reinició entonces el avance cristiano sobre la parte del tablero de al-Andalus. Avance que logrará un gran impulso gracias al liderazgo del monarca castellano y de quien se convertirá en su suegro: Jaime I de Aragón.

Las empresas expansionistas de ambos reyes iban a ser posibles debido a que el resultado de las Navas de Tolosa desató una crisis política intestina en al-Andalus. Allí, los mudéjares –moros nacidos o que permanecieron en tierras hispánicas tras la conquista– aborrecían desde siempre el gobierno impuesto por los radicales marroquíes.

Y cuando fue evidente la incapacidad de los almohades de defender Andalucía de los reinos del norte, comenzó a surgir entre los mudéjares un movimiento en su contra. Hacia 1220, Ibn Hud (fines del siglo XII-1238), descendiente de una importante familia mudéjar de Zaragoza, se sublevó y depuso a todos los gobernadores provinciales almohades.

Pero Ibn Hud carecía del poder necesario para conformar un reino independiente. Prefirió entonces ser tributario de Fernando III. Y por una serie de tratados sellados entre 1224 y 1236, el rey católico obtuvo inmensas sumas de dinero y logró un acuerdo que permitió que sus ejércitos ocuparan en forma pacífica varias ciudades andaluzas.

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