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Y cuando Alfonso llegó al trono, demostró su agradecimiento a quienes tanto le habían brindado en la etapa inicial de su existencia. Benefició a doña Mayor –ya viuda– y a su amigo Juan García con inmensos latifundios del realengo.

El final de las treguas

El último día de septiembre de 1224 expiraban las treguas suscritas entre Fernando y el califa almohade Yusuf II. Había que tomar una decisión: extender la paz o reavivar la guerra. La encrucijada llevó al rey castellano a convocar a Cortes en junio y en julio, a las que asistieron todos los nobles y prelados del reino. Ambas asambleas dictaminaron lo mismo: no renovar las treguas.

Fue una bisagra en el reinado fernandino. Sí, porque el monarca se lanzó a expandir sus fronteras con la firme convicción de expulsar el poder musulmán de la península ibérica o hacer que los moros se sometieran a su vasallaje.

Las operaciones militares se pusieron en marcha el 30 de septiembre de 1224 y se vieron beneficiadas por la crisis que atravesaba al-Andalus. A principios de ese año, el fallecimiento de Yusuf II había encendido luchas internas. Sobresalía entre los rebeldes el noble almohade ’Abd Allah al-Bayyasi –el Baezano, por ser oriundo de Baeza–, quien solicitó ayuda al monarca cristiano cuando fue asediado en su ciudad por el gobernador almohade de Sevilla. Las tropas de ambos conquistaron la ciudad de Quesada y varios castillos de Jaén –en Andalucía–, que fueron entregados al Baezano.

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