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Esta alianza posibilitó que en los siguientes dos años las huestes de Fernando y las del rebelde almohade se apoderaran de comarcas y castillos en la Andalucía musulmana, que se repartieron entre el rey y su vasallo. En las zonas que quedaron para los castellanos se establecieron guarniciones permanentes.

Sin embargo, esta alianza le costó caro al Baezano: en 1227 fue asesinado por almohades de Córdoba, ciudad que había tomado. Siguió una contraofensiva de Fernando, que a partir de 1228 comenzó a acelerar el desgranamiento almohade en el sur peninsular. De este modo, el poder musulmán fue dividiéndose en pequeños reinos independientes –taifas–, una dispersión que más tarde o más temprano facilitaría a Fernando avanzar sobre al-Andalus, donde su gran objetivo era conquistar Sevilla.

De nuevo un mismo reino

Todo lo contrario que el monarca leonés.

Ese mismo verano de 1218, Alfonso IX se lanzó en nombre de su reino a una ambiciosa ofensiva para apoderarse de Andalucía. Contaba con la venia del papa Honorio III y una descomunal fuerza militar: castellanos, cruzados gascones y caballeros de las órdenes militares y religiosas de Calatrava, Temple, Pereiro-Alcántara y los Hospitalarios de San Juan.

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