Читать книгу Alfonso X. Esplendores y sombras del Rey Sabio онлайн

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Y al notar que los niños tenían casi la misma edad que el primogénito Alfonso, a Fernando III se le ocurrió una idea. Decidió designarlo señor de la ciudad y de las localidades de su alfoz –zona rural que rodeaba una ciudad de la que dependía económicamente– para que su sucesor pudiera mudarse al alcázar donde se educaría junto a parientes, algo que hasta ese momento no había sido posible. Una idea que sin dudas la reina Beatriz apoyó con entusiasmo: Salamanca era la sede de la única universidad española y, por ende, un polo donde fluían la cultura y un ánimo por el saber como el que ella se preocupaba en trasmitir a su hijo cada vez que podían compartir algún tiempo. Además, consideraba que el contacto con los muchos eruditos que habitaban allí aportaría grandemente a la formación del niño. ¿Podía acaso sospechar que algunos de ellos iban a convertirse en maestros de Alfonso durante su juventud y aún después, cuando él traspasara la mayoría de edad?

A tono con su plan, el rey envió un mensaje a Fernández de Villamayor pidiéndole que llevara a Alfonso a Salamanca. Sin embargo, al llegar a ese destino fueron recibidos por dos novedades. Una no debió de gustarle mucho al pequeño. Su padre y su madre ya se habían ido de la ciudad salmantina, dejando probablemente a Alfonso con la pena de no haber podido reencontrarse con ambos, en especial con la reina de la que tanto amor, conocimientos sorprendentes y estímulos para desarrollar el ingenio recibía.

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