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El heredero original de León –hijo de Alfonso IX y Teresa de Portugal, también llamado Fernando– había fallecido en 1214. Pese a eso, el monarca leonés siempre se mostró reticente a reconocerle al vástago que había tenido con Berenguela el derecho a sucederlo.

Pero para contrarrestar esa negativa, en julio de 1218 el rey castellano había obtenido una bula del papa Honorio III que lo declaraba legítimo heredero del trono leonés. Ignorando ese derecho, Alfonso IX empezó a expresar en documentos y actos públicos que sus sucesoras eran las infantas Sancha y Dulce, también nacidas del matrimonio con Teresa de Portugal y que, por ende, en la línea sucesoria se ubicaban delante del tercer Fernando.

La movida de la Reina Madre y su hijo consistía en hacer valer la “razón de varonía” para imponerse a Sancha y Dulce. Y lo hicieron dejando que los mismos leoneses lo reconocieran como rey. En su viaje desde Toledo a la capital de León, dividida entre los partidarios fernandistas y los de sus medias hermanas, cada ciudad de ese reino por la que pasaba lo fue acogiendo como su nuevo, legítimo e irrefutable monarca.

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