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Alfonso iría siendo educado por sus ayos para adquirir los modales de un miembro de la realeza. Quizá también le enseñaron las primeras letras, como lo harían con sus propios hijos. Pero es seguro que su educación formal comenzó cuando abandonó los campos de Villaldemiro y Celada para radicarse de manera permanente en el palacio de Toledo.

En “la ciudad de las Tres Culturas” –donde convivían cristianos, judíos y mudéjares–, el infante tuvo maestros y contacto con intelectuales que le aportaron conocimientos de cada una de esas religiones o de lo que tenían en común.

Como parte de ese crisol de sabiduría, su madre le transmitió mucho de su bagaje cultural. Pero el heredero también empezó a viajar más allá de donde residía la corte para mantener mayor contacto con su siempre activo padre y recibir los conocimientos que un rey podía brindarle a un futuro monarca. Se trató de un proceso de formación integral, iniciado en la adolescencia y que iba a extenderse hasta la época en que él ya era un veinteañero.

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