Читать книгу Alfonso X. Esplendores y sombras del Rey Sabio онлайн

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Enrique fue beneficiado con vastas superficies en recompensa por su actuación en varias campañas militares. Pero desde su perspectiva, el infante entendió que lo que recibía era un reino independiente del cual algún día podía ser el monarca.

Antes de ceñirse la corona, Alfonso habría de expresar que cuando tuviera el poder de hacerlo iba a revisar las entregas efectuadas a su nada querida madrastra y al hermano que percibía como un adversario. Las consideraba desmedidas. Por eso, en marzo de 1252 –cuando la salud de Fernando III le indicaba que la muerte venía en camino– Juana de Ponthieu quiso evitar quedarse sin nada de lo otorgado. Y lo hizo recurriendo al maestre de la Orden de Calatrava, con quien había forjado una cómplice amistad: puso bajo su guarda documentos que garantizaban sus derechos y los de su adorado Enrique sobre el patrimonio que le habían otorgado.

Jugada sin sentido la de la reina Juana. Cuando ya su hijastro Alfonso X había sucedido a Fernando III, a comienzos de 1253 hizo que el maestre de esa orden militar y religiosa le entregara la documentación. Con todo, no anuló todas las donaciones hechas a la mujer y a Enrique, sino las referentes a los territorios en los que consideró que el rey de Castilla y León debía tener poder directo.

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