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Sin embargo, a pesar de algunas metas compartidas, nuestras estrategias son drásticamente diferentes. (Alguna de mis caminatas por el campo por momentos se cruzará de manera oblicua con las líneas de vuelo de Deleuze, pero pocas veces, o casi nunca, son paralelas nuestras improvisadas trayectorias). Como fenomenólogo estoy demasiado cautivado por la experiencia vivida, por el encuentro entre nuestro cuerpo sensible y la tierra animada como para adaptarme a su gusto filosófico. Como metafísico, Deleuze está demasiado abocado a la producción de conceptos abstractos como para adaptarse al mío. No obstante, al haber elegido para mi título una frase que suele asociarse con los escritos de Deleuze, le rindo homenaje a la creatividad exuberante de su obra, aun si guardo la esperanza de abrir la frase a nuevos sentidos y asociaciones.

Sombra

(Ecología profunda I)

Caminas hacia el sur, rozando las ramas de las píceas y esquivando los brazos bajos y quebradizos de los abetos, por un sendero de ciervos apenas visible que se interna en un bosquecillo de álamos susurrantes: troncos altos, moteados de sol, como elegantes cuellos de jirafa que se inclinan hacia un lado y hacia el otro con la cabeza oculta entre las hojas. Las piernas te llevan cuesta arriba entre ramas más oscuras y puntiagudas y luego hacia abajo, donde el sendero se abre abruptamente hacia la orilla oriental de un lago de montaña. Sigue caminando. A tu derecha, un destello de luz hace ondular la piel del lago y baña el aire con rayos que se reflejan como un ejército de espadas desenvainadas; su fulgor pasa de una a otra surcando la profundidad que hay entre el lugar donde estás y las pendientes rocosas que se elevan en la orilla opuesta. Así que es difícil ver bien la gran montaña hacia la que suben esas pendientes o los árboles amontonados en las cuestas; tus ojos solo sienten un vago asomo de verde detrás de ese regocijo de luz.

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