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En definitiva, todo lo que atañe al lenguaje es complicado; porque la palabra no solo le pertenece al interpretante, sino que es mitad de quien la pronuncia y mitad también de quien la escucha (y puede ser escuchada -o pronunciada- por muchos). La realidad se construye entre todos y eso tiene algunas consecuencias paradójicas; porque, aunque sea colectiva, la experiencia sin embargo no deja de ser algo estrictamente individual.

Esto, que parece un juego de palabras para intelectuales, en la práctica tiene muchas implicaciones. La psiquiatría, por ejemplo, trata los síntomas de los pacientes como si de universales se tratara (y a continuación pretende recogerlos en el DSM 520 como si fuese el catálogo de una ferretería -de nuevo la ingenuidad y la pretensión divina de que las cosas son de una determinada manera porque alguien, en este caso la American Phychiatric Association, las ha clasificado-). En cambio los antropólogos y los psicoanalistas creen que los síntomas pueden significar cosas diferentes dependiendo de las circunstancias, es decir del contexto en el que se inscriba el texto. Volveremos a ello en otro capítulo.

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