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Boas fue un antropólogo judío -y de origen alemán- que aparte de anticipar los estudios sobre lingüística comparada peleó contra las teorías de razas superiores y culturas puras. Y tuvo mérito, porque sostuvo esas cosas en un momento histórico en el que comenzaban a despuntar los nazis y era muy difícil plantarle cara al racismo. Además de mérito, también tuvo media jeta paralizada por una enfermedad.

Esto tiene que ver -curiosa expresión, tener que ver- con la evidencia (evidencia proviene de videre, ´ver´ en latín, todo concuerda) de que no hablamos como escribimos. Puede que tampoco nos comportemos como decimos, pero eso es otro asunto. Habría que consultar a un consultor -qué manía con eso, sería mucho más sensato consultar a un respondedor- por qué lo escrito ha de tener siempre mayor valor. Y también cuál es el valor que le corresponde a los nuevos soportes virtuales, que no son exactamente escritos ni tampoco hablados. Supongo que han de traer de cabeza a los teóricos.

El papel lo aguanta todo, se dice, pero tal vez mata a la palabra. Julio Cortázar sugería que la escritura es como el cadáver de una voz muerta, y cada libro un pequeño ataúd. Oliveira y La Maga, los protagonistas de Rayuela, pasan el tiempo jugando al cementerio; es decir, al diccionario al que van a morir las palabras. Más allá de las metáforas, lo cierto es que la lengua se vivifica cuando se habla.

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