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Dicen que por las noches, para mantener entretenidos a los guerrilleros, Hernán solía contarles películas de cine. Escribía muchos de los editoriales de la radio -que emitía tres veces al día en onda corta y FM-. También he oído que en esa época argumentaba que era necesario prescindir lo más posible de los adjetivos, porque en su opinión restaban peso político a los textos.

Curiosamente, cuando unos y otros publicaron después libros testimoniales y se prodigaron en artículos y entrevistas, él -que era un narrador extraordinario- nunca quiso sin embargo escribir nada. Lo suyo era el cine.

En ese tiempo Hernán va a conocer a dos personas que serán muy importantes para él en otro momento posterior de su vida. Uno de ellos fue Epigmenio Ibarra, un reportero de guerra mexicano que trabajaba para Canal 13, y el otro un chiquillo que entonces contaba nueve años, Chiyo, al que Hernán entrevistó para que contase en la Venceremos cómo el ejército había asesinado a su madre.

La guerra se alargó tanto que Chiyo, que en realidad se llamaba Lucio Atilio Vásquez, creció y comenzó a colaborar en la radio. Mucho más tarde, estando ya instalado en México, Hernán le llamó para que fuera a trabajar con él. Hace unos años Chiyo presentó su propio libro testimonial con el título Siete gorriones y hoy trabaja junto a Santiago en el MUPI como promotor de la memoria histórica.54

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