Читать книгу Viene clareando онлайн

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Un mundo dentro de otro mundo, cerrado a la policía, negado de asfalto. Al fondo, el puente de los suspiros, del que se contaban historias de suicidios por amor, novias fantasmas, colgados, innumerables venganzas, ajustes de cuentas, occisos de toda clase y motivo, y cada tanto, el tren que le pasaba por encima aplastaba más ese puente, esa realidad, ya del todo aplastada.

Todo esto terminaba adelante, hacia el norte, en la avenida Juan B. Justo, donde comenzaba el Tucumán presentable, ese que todavía se llamaba «la perla del norte»; a las orillas, un barrio de casas buenas, llamado Obispo Piedra Buena en homenaje a ese cura emancipador, y el Río Salí hacia el bajo, desde donde se raleaba la vegetación hasta que el desierto se imponía, porque era Santiago del Estero.

El ferrocarril marcaba las horas del día y los chicos jugaban en las vías, a la sombra de los tártagos que crecían a los costados, esperando los trenes que llegaban del sur. Los pasajeros se asomaban por las ventanillas del convoy, que ya avanzaba lento porque estaba próximo a la estación de San Miguel, mirándose fijamente con los habitantes de la Villa. La gente del sur, los «porteños», y los norteños que volvían; algunos, arrogantes por haber dejado el interior, otros, con ojos de derrota o gratitud por el regreso.

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