Читать книгу Viene clareando онлайн
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Yo nada más le dije:
—No deje el tratamiento, Madrecita.
Y me quedaron sus ojos madre, sus ojos que estaban llenos de verdad, porque sabían de la suya y de la mía, sus ojos de despedida, de despedida para siempre, de no disimularnos nada, porque las dos sabíamos que usted estaba enferma, enferma de muerte y que yo quería cuidarla, pero me iba, y usted ni siquiera me juzgaba. Sus ojos me decían, Madre, que ya no volveríamos a vernos.
Ahora estoy en el colectivo, aclara el día y es 24 de marzo, veo las quintas repletas de naranjas, limones, pomelos, mandarinas. Es tiempo de cosecha. La caña está verde, Tucumán es verde, verde oscuro, verde enloquecedor, verde tan verde que parece que revienta, revienta de vida y pienso en Atilio, que ya no tendrá nunca en sus manos una naranja agria, que ya no podrá contarme otra vez cómo los obreros y los estudiantes las cortaban de los árboles de la plaza para tirárselas a los milicos en los desfiles, o a la cana, para que se les cayeran los caballos en las manifestaciones. Atilio nunca más podrá arrancar una naranja y sentir en la piel su perfume dulzón y decirme que le haga dulce, que si no sé, que aprenda, que no sea una vaga.