Читать книгу Viene clareando онлайн

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Los niños se hacían unos pesos, los había limosneros y vendedores de roscas o turrones que se cocinaban en sus ranchos, invariablemente secos y desabridos. Pedían moneditas a los pasajeros que ya veían el final del viaje y, tal vez por eso mismo, una moneda no era mucho que perder ni imprescindible de guardar, y hacer una caridad con esos chicos de Matadero que corrían al lado del tren hasta podía ser un acto que propiciara la buena fortuna del visitante, porque ahí, en Mataderos, terminaba el campo, se acababan las quintas florecidas de azahares y aparecía la miseria de Tucumán. Los hijos del cierre de todos los ingenios, los del quiebre de los pequeños productores del campo, los hijos del verde, que ahora se hacinaban en una horma de villas oscuras, destartaladas, feas y brutales, alrededor de la gloriosa ciudad.

En ese mundo, entre esa gente, doña Amalia del Valle Riera, consiguió una vivienda a poco de la muerte del esposo. Berta creció en ese barrio alejada de todo lo que ese barrio fuera porque su madre se propuso que esa niña estaría allí de paso y que sería señora, de ninguna orilla, del centro, mejor aún… «doctora». Y cada vez que Berta quiso mezclarse con los niños de esa Villa, su madre la traía a los libros y a la casa y cerrando la puerta tras de sí le decía:

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