Читать книгу Viene clareando онлайн

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No nos despedimos, yo solo bajé la cabeza, como cuando era chica y usted me retaba, y esperé que, aunque fuera por única vez en la vida, usted se quejara de esta hija, o le cayera alguna lágrima de rabia, o me diera un cachetazo por haberlo querido tanto a Atilio y haberla desoído. No, Madre, en vez de eso, usted dulcemente hizo en mi frente la señal de la santa cruz, como en el bautismo y me dijo:

—No se olvide nunca, hija, que cuando usted nació yo la entregué a la Virgen y a San Nicolás de Bari. Aquí está su madre, el ángel custodio me la va a cuidar. Vaya a los pagos de mi familia y encuentre a mis hermanos, y acuerdesé, por donde vaya, que si usted da con una mano, Dios la va a bendecir con las dos, que usted también se llama Cristina porque la consagré a Cristo, y ahí donde vea un Sagrado Corazón sepa que está el corazón de su madre pidiendo por usted, si usted se inclina le estará dando los respetos a su madre y a la madre de Dios.

Me fui dejándola sola, sin hacer ruido porque los chicos dormían, sin demorar más las cosas. La dejé en medio de todas las estampitas con que usted llenó la casa, y la sartén del arroz, que no se la lavé porque esa vez no tuve tiempo. Me fui con esa libreta universitaria, donde me habían puesto la nota, la nota que usted esperaba: «Aprobada, 9 nueve, Anatomía». La dejé con mis libros que usted todavía pagaba, y solamente nos miramos.

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