Читать книгу Viene clareando онлайн

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¿Por qué algunos eran militares y otros civiles? ¿Por qué a algunos civiles se les decía generales y estaban vestidos con ropa militar como Perón? Eso era complicado de entender, y formaba parte de las preguntas que no debían formularse en clase, por el bien de uno y de los demás, en tiempos de dictadura. La respuesta a esas preguntas a veces se debatía a puertas cerradas con algunos profesores que transgredían la censura en reuniones donde el tema central de la indagación terminaba siendo: ¿quién es el dueño de la máquina de fabricar chorizos?

Una época de chorizo, en el país de los grandes frigoríficos.

«Alternancia», pronunció Berta por lo bajo cuando escuchó el primer comunicado y, al cerrar los ojos, vio esas páginas escolares del manual gastado. Pero en la piel y en el alma, sintió que esta vez sería distinto, porque esta historia ya no era la del manual; ahora era la suya y había empezado con demasiada muerte, y Tucumán era un amasijo de violencias que la desconcertaban. La de los montoneros que habían dado «la vida por Perón» y ahora estaban clandestinos; la de los grupos que a sí mismos se llamaban «más allá de la izquierda» y se manifestaban antiperonistas y entre ellos los había: de base, con ejército propio y sin ejército; los que se reivindicaban leninistas, castristas, maoístas o trotskistas; los del sindicalismo más «ortodoxo»; la gente de «Guardia de hierro»; las «tres A». Radicales, con pesada y sin pesada; comunistas acusados de derechistas y burgueses; partidos provinciales y pequeñas alianzas ahogados entre las acciones armadas que se producían día a día en nombre del bien y del progreso por los grupos que se embanderaban en nombre de los pobres; o por los que en nombre de entelequias como el bien, la moral cristiana, occidente y otras ideas, defendían: dios, patria y hogar, ofendiendo a dios en todas sus posibles manifestaciones, violando todas las leyes por las que a este suelo se le llama patria, y destruyendo hogares de ricos y de pobres, de intelectuales y de sencillos, negando la palabra y la escucha, hasta a los que en nombre del dios, de la patria o del hogar que fuera vinieran a pedir cordura y el más elemental respeto por la vida; y todos coincidiendo en salvar al país de algún imperialismo o de conspiraciones que en algunos casos se remontaban a cinco mil años antes del día en que el Cristo nació. Y peronistas: encaramados al gobierno o ya opuestos al Gobierno. Muchos: peronistas auténticos, peronistas históricos, peronistas villeros, peronistas por la liberación, partido peronista, movimiento justicialista; pero­nistas con Perón, peronistas con Evita y sin Perón, peronistas que proclamaban patria socialista, peronistas nacionalistas y anticomunistas, peronistas de base y de unidad básica. Y para más: grupos civiles, y grupos militares, y «operativo independencia» y General Bussi y paramilitares y parapoliciales. Y «frentes»: por la unidad de los movimientos; por la unidad de los peronistas; contra el gobierno y a favor del gobierno; frentes de trabajadores, de sindicatos, de corrientes, de tendencias, de partidos, de ofendidos de toda clase. Y en cada fracción o partido, los verdaderos y los traidores, los mártires y los condenados, y algunos que juzgaban por tribunales propios, y se sabía de cárceles del pueblo y de chupaderos. A su manera, cada uno extendía su proclama para que sirviera de escarmiento y de limpieza, y para que constara que eran los únicos, auténticos portadores de la verdad del pueblo, de la justicia, o de la patria, y que el país no se salvaba si no se lo entendía y se actuaba como cada uno de ellos propiciaba.

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