Читать книгу Viene clareando онлайн

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«¿Cómo será hoy la tapa de La Gaceta? Seguro que sus titulares hablarán del comienzo de un tiempo feliz», pensó Berta.

Por eso, en esa alborada, nadie se lamentaba por la suerte de «Isabelita». El horizonte aclaraba. Ya no estarían el «Viejo» ni el «Brujo», y la «Tonta» habría terminado su aventura presidencial. Era una verdad que el peronismo se terminaba para siempre y que de ahora en más ser peronista sería una mala palabra y a otra cosa.

El Estado, por más malo o desprolijo que fuera, no cargaría contra sus propios habitantes; sean lo que fueran estos tres militares, no le harían daño al país y lo sacarían adelante con un poco de disciplina y moral que pusieran en su empeño. El pueblo tendría que estar contento, al fin y al cabo todo era por su bien. Para eso estaban diarios como «La Gaceta», que ya contribuían a crear esa conciencia en los lectores de Tucumán.

En medio de la nada que era esa parada en Santiago, Berta solo pensaba en ir más lejos, en salir de Tucumán, sus límites y alrededores, en llegar a un lugar donde nada tuviera que ver con lo que había dejado y en reinventarse una identidad y un motivo que justificara su presencia en alguna parte; aunque por un impulso había elegido ahora La Rioja, bien podía ser mañana otro lugar.

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