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—Albert quiere meterse en política —indicó en un comentario tiempo atrás.

—¿En política?

—Sí. Pero lo que no tiene decidido es si será en el Parlament o como diputado en Madrid.

—Entiendo que debe ser decisión de su partido, ¿no? —inquirió Rachel.

—Es evidente. Considera que por el tiempo transcurrido como militante y por los méritos que, según dice él, tiene cumplidos, ya se merece el acceso a las listas y en lugar preferente.

—¿Y eso?

—Me ha comentado que a la situación de Cataluña, en los próximos meses, se la podrá catalogar como explosiva. No sé muy bien a qué se refería, pero entiendo que debe de tener algún tipo de información confidencial.

—Es posible. Pero sabes mejor que yo que alguien como tú, con tu prestigio personal y la condición de embajador que ostentas, no puede ni debe acercarse a esas latitudes de la política interna.

—Lo sé, lo sé. Hace unos días lo comenté con la Secretaría de Estado y me indicaron algo similar. Pero también soy consciente de que cualquier tipo de cambio afectará a nuestra relación.

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