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—¿A la vuestra o a la nuestra? —preguntó Rachel con ironía. Recordaba aquella conversación en que por primera vez había aparecido la sombra de la duda; una sombra que juzgaba poner de manifiesto el crepúsculo que Dexter divisaba en lontananza con referencia a su relación personal con Albert. Y más teniendo en cuenta que las elecciones al Congreso de los Diputados estaban más o menos programadas para una fecha cercana al mes de junio de aquel mismo año.

Había pasado cerca de un año y las relaciones entre ellos se habían desvaído con una lentitud definida. Trataban de mantenerse, pero la consecución de un escaño por parte de Albert y sus continuos viajes a Barcelona, según decía debidos a sus nuevas reuniones y obligaciones parlamentarias, hacían inviable un contacto frecuente, lo que conllevaba una crisis continuada. En aquella fiesta del Orgullo habían tratado de reorientar su escenario, al que había que sumar, además en la palestra, la destitución de Dexter como embajador de los Estados Unidos en los meses anteriores. Para ella, para Rachel, el final estaba más que anunciado, cercano, y llegaba a preocuparle cómo lo podría asimilar un señor, gay o no, que acababa de celebrar su sesenta y cinco cumpleaños.

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