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El río Danubio, corriente de agua dulce que separa y a la vez une en la confluencia a las ciudades de Buda y Pest, dejó una evidente huella en la familia Venayon. Los abuelos de Rachel, después de deambular por varios países europeos, se sintieron deslumbrados por la contemplación cercana de aquellas aguas que prácticamente observaban desde su domicilio en Kiraly Utca, lugar donde también mantenían su negocio de joyería y casa de empeños, subterfugio para denominar los préstamos interesados que realizaban. Pero cuando les llegó la oportunidad de decidir su regreso a España, concluyeron que la ciudad de destino debería estar situada bien en la confluencia de un río con un cauce cuantioso o al lado del mar. Tenían más que claro, axiomático, que el regreso a Toledo forjaría nuevas y dilatadas penas que no estaban dispuestos a tolerar. Requerían un lugar nuevo, incógnito, desde donde reconciliar un pasado de siglos e iniciar una nueva vida; una vida diferente, heterogénea y alejada de sus propias normas y desencuentros. Se plantearon muy seriamente el cambio de apellido y para ello solicitaron el apoyo y el consejo del llamado Ángel de Budapest, que había sido, milagrosamente, el hombre que salvó a la familia del exceso nazi. También fueron conscientes de que el sentimiento de la religión debía ser algo muy íntimo, personal, aunque sin desmerecer ni exhibir. El hecho de que durante su estancia en Budapest su domicilio se incluyera dentro del barrio judío, de que su hijo David siguiera su escolaridad en los bajos de la Gran Sinagoga y de que difícilmente transitaran por la ciudad mostraba el grado de apego y propensión a un gueto como se conformó en los días de la Segunda Guerra Mundial, convirtiéndose más tarde en el campo de concentración de la capital húngara. Pero si bien la invasión alemana había acaecido de manera pacífica y con la total aquiescencia del nuevo Gobierno húngaro, no fue así con los planes que conjugaban un exterminio masivo de la comunidad judía del país, para lo cual se emitió un comunicado que indicaba las disposiciones antisemitas que se promulgaron. Los judíos no podrían salir de sus casas más de dos horas seguidas cada día. Quedaba prohibido que los judíos se comunicaran a través de las ventanas de sus comunidades. En los refugios, la sala principal sería para los vecinos húngaros y la más vulnerable para los judíos. En los tranvías, los judíos solamente podrían viajar en el segundo vagón. Se prohibía a los vecinales albergar a judíos en sus domicilios. A todo ello habría que sumar que a los judíos se les obliga a entregar las joyas de oro y plata, los aparatos de radio, las bicicletas y los esquíes.

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