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En la sinagoga, en las clases que todavía recibían, entre los jóvenes se comentaba la precaria y delicada situación en que se encontraban. Algunos, pocos, ya explicaban que habían escuchado conversaciones paternas, aunque más bien entre susurros, en las que indicaban la existencia de desapariciones de miembros de la comunidad sin que tuvieran una explicación coherente. El escenario, el contexto, sin ser alarmante, parecía haber tomado visos de amenaza y ellos, en su juventud, se percataban de la anormalidad que representaba habitar en una zona que se consideraba como un barrio judío y que ningún otro habitante de Budapest se manifestaba interesado en ocupar.

David no sabía con exactitud lo que su señor padre estaba preparando, pero todo indicaba una apresurada salida familiar hacia otros lugares menos conflictivos y más permisivos con la comunidad judía. La guerra hacía años que duraba, aunque se la imaginaba como un hecho lejano; pero un hecho lejano que cada vez se acercaba con mayor insistencia, siendo su propia comunidad la más afectada por la malquerencia del pueblo alemán. Se sintió apenado en la observancia de las bóvedas de aquella gran sinagoga, que posiblemente tardaría tiempo en volver a admirar; aquellas bóvedas que un partido húngaro pronazi, el ultraderechista de la Cruz Flechada, había tratado de bombardear hacía unos años, aunque sin éxito. Admiraba su construcción, su estructura, sin que pudieran apreciarse los trazos diferenciados de las mezclas de estilos arquitectónicos en que se construyó.

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