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Lo cierto es que la familia de Rachel, sus antepasados, había sufrido no los cuarenta años de destierro como indicaba la Torá, sino más de cuatrocientos hasta que logró establecerse con un mínimo de permanencia. Durante su desarraigo, y según comentaba su padre en las escasas ocasiones en que surgía el tema, cada dos o tres generaciones y por motivos claramente gubernativos, los judíos sefardíes se sentían obligados a emigrar a otros pueblos donde la inexistencia de persecución social les pudiera conducir a otros lugares donde conseguir una mínima estabilidad para sí y sus familias. Holanda, Polonia, Túnez, los Estados Pontificios y otros habían sido los términos donde la familia Venayon se estableció con carácter permanente durante una época más o menos longeva. Ya en los últimos tiempos, los de sus bisabuelos, Hungría fue el país de acogida y Budapest la ciudad elegida, población donde nació su padre, David. Sin embargo, otras derivaciones sobrevenidas, como la Segunda Guerra Mundial, revirtieron en la estabilidad perfilada y volvieron a obligar a la familia a una nueva huida, aunque en esta ocasión con esquema de retorno al principio de los tiempos, al lugar donde se inició su expulsión en 1492.

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