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—Es ridícula —dijo el doctor Slade.

—Yo la encuentro encantadora —murmuró pensativamente la señora Slade, siguiendo con la vista la figura que se alejaba.

El doctor Slade no respondió. Pasó la mirada sobre la bahía silenciosa y tuvo la idea de que a veces dos personas, cercana la una a la otra, podían estar en realidad muy distantes. Su vista siguió la vaga línea de montañas selváticas que se alzaban alrededor del puerto, y la palabra encantadora cobró para él un matiz inesperado e inquietante, mientras seguía el curso de sus pensamientos.

3

El viaje a lo largo de la costa, desde La Resaca hasta Puerto Farol, duró solamente día y medio, pero la señora Slade, que no estaba segura de qué cosas se encontraban en cuál maleta, creyó necesario desempacarlo todo. El doctor Slade, sabiendo que no le sería posible evitar la operación, se retiró a la biblioteca para no tener que presenciarla. Después, por la tarde, fue en busca de su mujer, y la encontró postrada en una colchoneta cerca de la piscina, su piel brillante con aceite bronceador. Orgullosamente, se dio cuenta del interés de los otros bañistas, y se arrodilló junto a ella.


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