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Después de un ir y venir de pros y contras, Kyle miró el calendario que tenía colgado en la pared: martes 7 de agosto. Había visto a Milly el sábado. «¡Tampoco quiero que piense que he perdido el interés!», se dijo, en un intento de darse ánimos para llamarla. Sonrió y negó con la cabeza cuando cayó en la cuenta de que hacía años que no se sentía de ese modo… vivo. Simplemente vivo. Convencido de que estaba haciendo lo correcto, estaba a punto de dejarlo todo para coger el móvil y llamarla cuando Bethany entró en la tienda desde la puerta trasera que comunicaba con la cocina de su casa.

La propiedad de los Cameron, una casa de tres pisos, estaba situada en Notting Hill, sobre Portobello Road, y, para no desentonar con la estética del barrio, tenía la fachada pintada con colores brillantes: verde para la tienda de antigüedades y un par de tonos más claros para las dos plantas superiores. El estrecho edificio contaba con un anticuario en la planta baja, una modesta cocina de estilo abierto con vistas al jardín trasero, un baño y un pequeño recibidor. Los dormitorios se encontraban en el primer piso, los dos con un discreto baño en suite, y en el último había un ático que solían usar para guardar los trastos y como sala de juegos o de baile cuando Bethany ensayaba sus coreografías. En la casa adyacente, de distribución similar, residían los padres de Kyle.

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