Читать книгу Miradas cruzadas. Escritoras, artistas e imaginarios (España-EE.UU., 1830-1930) онлайн

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Pero el americano, mas industrioso y menos entusiasta, aprovecha el curso de las aguas, sus caidas y depósitos naturales; la conduce en canales y acueductos uniendo por su medio regiones distantes; y no contento con dominarla de forma líquida, la transforma en vapor, reemplaza con ella la potencia animada, y por su ayuda vence todos los obstáculos y atraviesa las mayores distancias con la velocidad de las aves. (La Sagra, 1836: 260)

Es la juventud de esa civilización y la riqueza de los recursos naturales que ofrece la tierra la que explica la infatigable actividad de los norteamericanos y lo que ha convertido a la nación en una fuente inagotable de progreso y en un modelo de civilización.

Por todas partes se desenvuelve la industria, y me admira el cuadro de actividad que tengo á la vista. Al mismo tiempo me sorprende la aplicación y constancia de unos hombres, que parecen mirar con indiferencia el refinamiento de los goces sociales que pueden proporcionar las riquezas. Pero la industria aquí, forma parte del carácter de los habitantes, asi como la indolencia y la pereza se hallan unidas á la ecsistencia de otros países. Observando las cualidades físicas y morales de los americanos, me ocurre el compararlas á las de mis compatriotas, y en medio de mi admiracion ácia ellas, conozco que ni su índole, ni su carácter ni su actitud, son mejores ni más sobresalientes que las de los españoles. Efectivamente, el americano no es mas industrioso que el catalan, ni mas activo que el valenciano, ni mas robusto que el aragones, ni mas sagaz que el vizcaino, ni mas honrado que el gallego. ¿Porqué, pues, si poseemos en nuestras cualidades físicas y morales, y en las circunstancias de nuestra posición, todos los elementos de prosperidad que es dable imaginar, permanecemos no obstante estacionarios, sumidos como en un letargo vergonzoso, sin escitarnos por el cuadro animado de este pueblo, que en lucha abierta contra un clima rígido y una naturaleza salvage, vuela por el campo de las mejoras, llevando en triunfo el estandarte de la civilizacion entre bosques y desiertos, que transforman en ciudades populosas y en campiñas florecientes? ¡Dolorosa consideracion! Porque no hemos tenido sabias instituciones, y porque un mal gobierno ha derramado sobre el rico y fértil suelo de la España su aliento esterminador, mas fatal que las pestes y los terremotos. Pero de nosotros pende el remedio, y parece que entramos en la senda de las reformas, senda que no debemos abandonar, porque no hay otra que conduzca á la felicidad. (La Sagra, 1836: 251-252)

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