Читать книгу El fascismo de los italianos. Una historia social онлайн

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La guerra, para Italia, significó sufrir violencia, pero también perpetrar violencia a través del arditismo. Durante el verano de 1917 se probaron unidades de asalto, cada una con una fuerza media de seiscientos hombres, que se desarrollaron considerablemente después de Caporetto. A diferencia de lo que se pensaba, los arditi eran un cuerpo del ejército y no una formación irregular, como los camisas rojas garibaldinos o los legionarios de D’Annunzio en la empresa de Fiume. Hasta la batalla de Caporetto, los arditi eran elegidos por los mandos de la infantería, mientras que en 1918, cuando se conocieron tanto sus actividades como los privilegios de los que disfrutaban con respecto a la tropa regular, los voluntarios fueron numerosos, más del número reclutado. El núcleo de las unidades de asalto nunca superó el número total de 40.000 o 50.000 unidades adiestradas y empleadas. Entre los voluntarios también había militares en espera de juicio o de cumplimiento de pena privativa de libertad (sometidos a uno de los 360.000 procesos a soldados en armas que tuvieron lugar durante la guerra) por delitos militares, como deserción y rechazo a la obediencia, y nunca por delitos comunes. Los arditi destacaban por el deseo de combatir en la guerra hasta el final, hasta la victoria, y por ello se hicieron fundamentales para los altos mandos militares como instrumentos involuntarios de propaganda, más todavía que el éxito mismo de sus acciones, como ejemplos de soldado optimista y victorioso ante una multitud de combatientes desmotivados sobre todo después de Caporetto. Fue construido el mito de hombres fuera de lo normal, firmemente fieles a los valores de la patria y de la victoria hasta las últimas consecuencias. Rochat, que ha reconstruido su historia, observa en los arditi el hecho de haber sido condicionados por su proprio mito y el de haber cultivado y haberse identificado con su propia acción cruenta: asaltos nocturnos con arma blanca, uso del puñal para degollar a los enemigos o la práctica de hacer prisioneros en el campo tal y como cuentan muchos testigos. Hasta el final de la guerra no existió ningún contacto entre el arditismo y Mussolini, por aquel entonces director de Il Popolo d’Italia, a pesar de las muchas afinidades: victoria a toda costa, rechazo de las reglas tradicionales del ejército de masas y confianza en la capacidad individual y en las minorías audaces.

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