Читать книгу El fascismo de los italianos. Una historia social онлайн
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Inmediatamente después de la Marcha sobre Roma, un primer grupo de periódicos se había posicionado con el nuevo Gobierno: uno de los primeros fue el Messaggero; le siguieron el Mezzogiorno, con la nueva dirección de Giovanni Preziosi, el Piccolo de Trieste y la Nazione de Florencia. Después de la crisis Matteotti, algunos periódicos que habían sido tolerados hasta el verano de 1924 por permanecer tibios con respecto al fascismo, pero que después se habían comprometido con la defensa de la libertad de opinión, fueron adquiridos por empresarios posicionados con el fascismo y, en otros casos, les fue anunciado a sus accionistas que solamente en caso de que el Gobierno los aprobara podrían continuar publicando. La operación empezó con el Mattino de Nápoles en enero de 1926, sustraído a la propiedad de los Scarfoglio, y continuó con el Corriere della Sera, propiedad de los Crespi, que despidieron al director Luigi Albertini (y con él abandonaron el periódico numerosos redactores y colaboradores de relieve) y lo sustituyeron por Ugo Ojetti. Una suerte parecida corrió Alfredo Frassati, que vendió su participación mayoritaria de La Stampa a Giovanni Agnelli y pasó la dirección a Curzio Malaparte. De los periódicos nacionales, solo el Resto del Carlino fue comprado directamente por el PNF para apartarlo de los enfrentamientos internos del fascismo emiliano. Y el único que escapó al control total fue el Lavoro, que antes había sido portavoz de algunos socialistas reformistas genoveses que se acercaron al sindicalismo fascista, logrando que el periódico renaciese con un nuevo aspecto y con nuevas ideas. Solo los periódicos fascistas reconocidos oficialmente por el partido fueron tolerados y sometidos a un riguroso examen para impedir que se publicasen diatribas personales y políticas internas: ninguna de las federaciones provinciales podía poseer más de un órgano de prensa. Otra contribución más llegó en 1923 por la confluencia en el PNF del Partido Nacionalista, que llevaba al fascismo su periódico Idea nazionale, cerrado en 1925, y sobre todo a periodistas y organizadores culturales: Roberto Forges Davanzati, Dino Alfieri, Ezio Maria Gray y Virginio Gayda. Estos escribían para periódicos como la Tribuna y el Giornale d’Italia, este último portavoz de la nueva política exterior fascista; algunos de ellos muy pronto se convirtieron en locutores radiofónicos. En 1926 el Gobierno disolvió la Federazione Nazionale della Stampa y la profesión periodística quedó bajo la dirección del Sindacato Fascista dei Giornalisti, fundado en 1924. Para escribir en los periódicos era aconsejable tener un carné del PNF y, de todos modos, había que estar inscrito en el registro profesional de periodistas, creado en 1925 y reformado en 1928 con reglas más severas de admisión, para la cual era necesaria la previa profesión de fe fascista. Además, en 1929 fue creada una comisión de prensa, la Commissione Superiore della Stampa, presidida por Arnaldo Mussolini, como un instrumento más para vigilar las publicaciones y las relaciones entre los profesionales y la autoridad pública. Mientras, surgían cursos para la formación de periodistas en la Facultad de Ciencias Políticas y Económicas de las universidades de Perugia, Ferrara y Trieste: estos cursos tenían como objetivo la formación de un nuevo personal periodístico para el régimen y el estudio de los lenguajes, los contenidos y la construcción de la información.